CLASE 14


Estructura metafísica del Psicoanálisis de Sigmund Freud
 
Parte 2
 
 
La fundación a fortiori del psicoanálisis en “hechos fisiológicos”
 
*Aspectos pendientes 04 (b)
(Relación entre psicología y fisiología)
 
M. Verónica Arís Zlatar
 
Estimados alumnos,
 
Para introducirnos un poco más en el asunto de la relación entre psicología y fisiología, les propongo antes fijarnos en un primer nivel de preguntas que nos puedan ayudar a situarnos. Mi escueta experiencia me ha mostrado que es tan difícil poder ver íntegramente el hecho de la conciencia –nuestro próximo aspecto pendiente a tratar- que por lo general se alcanza una tematización vacía, que se emula con una prolífica administración de palabras. Me refiero específicamente a lo que tradicionalmente se estudia como cogito y junto a él lo que se entiende de él como su apodicticidad y evidencia. Mas, por muy cercano e instantáneo que parezca el cogito, existe el peligro de siempre mantenernos en una constatación superficial de su estructura y eminencia. En este sentido, hacer terreno fenomenológico a partir de él es lo que no sucede a menudo, y cuando sucede tenemos la fortuna de ver cómo se levantan los grandes pensadores del siglo XX.
 
Por lo tanto, les propongo comenzar abordando algunas preguntas reflexivas respecto de la clase pasada, luego pasemos a revisar la crítica de Freud a la posición filosófica en general y que ya conocemos, y posteriormente, conversemos el ejemplo del “miembro fantasma” que propone Maurice Merleau-Ponty en su obra Fenomenología de la percepción, para afinar mejor la situación inicial de nuestra discusión respecto de la relación entre una posición fisiológica y otra psicológica, y, si acaso podemos tomar otra posición que permita encontrar el umbral exacto de lo que se mienta como unidad de sentido, o bien, como noema en medio de la revelación del cogito.
 
 
a)     El desafío de instituir una psicología autónoma
 
Si reflexionamos en torno a lo planteado la clase anterior con la delimitación epistemológica entre psicología y fisiología de Franz Brentano, nos encontramos con un desafío inmenso: ¿De qué modo podemos establecer una psicología autónoma? ¿Puede la psicología sostenerse a sí misma? ¿Qué la puede sostener: qué tipo de cualidad, de aspecto, o método? Y en ese sentido, ¿cuál es el objeto adecuado que finalmente debe delimitar a la psicología como ciencia  autónoma? ¿Qué tipo de campo exige abrir la psicología? ¿De qué índole es ese campo?
 
Con todas nuestras reflexiones, y con nuestros intentos por esclarecer por nosotros mismos la dificultad del asunto, debemos siempre tener presente también los planteamientos de la posición inversa: ¿Qué sentido tiene intentar levantar a la psicología como ciencia autónoma? En el resultado de los hechos ¿tiene alguna relevancia la procedencia de nuestras consideraciones, si acaso son fisiológicas o nítidamente psicológicas?
 
 
b)     Repaso de la crítica freudiana a tal desafío
 
Recordemos pues la crítica que establece Freud a estos esfuerzos filosóficos en el Compendio, la cual es elocuente. Pero esta vez, leámosla atendiendo a los argumentos, y asignemos a quiénes podrían ir dirigidos esos argumentos:
 
Muchas personas, psicólogas o no, se conforman con aceptar que la consciencia sería lo único psíquico, y en tal caso la psicología no tendría más objeto que discernir, en la fenomenología psíquica, percepciones, sentimientos, procesos cogitativos y actos volitivos. Se acepta generalmente, empero, que estos procesos conscientes no forman series cerradas y completas en sí mismas, de modo que sólo cabe la alternativa de admitir que existen procesos físicos y somáticos concomitantes de lo psíquico, siendo evidente que forman series más completas que las psíquicas, pues sólo algunas, pero no todas, tienen procesos paralelos conscientes. Nada más natural, pues, que poner el acento, en psicología, sobre esos procesos somáticos, reconocerlos como lo esencialmente psíquico, tratar de establecer otra categoría para los procesos conscientes. Mas a esto se resisten la mayoría de los filósofos y muchos que no lo son, declarando que la noción de algo psíquico que fuese inconsciente sería contradictoria en sí misma.[1]
 
 
Aquí varias cuestiones nos señala Freud. La primera de ellas es lo irrelevante que resulta para la situación patológica misma que lleguemos a la consideración de los “caracteres de acto”, es decir, a la constatación de que un acto psíquico corresponde a una percepción, otro a una rememoración, otro a una fantasía, el de más allá a un acto volitivo, etc. En este sentido retomamos nuestras preguntas escépticas: ¿Qué sentido tiene pretender una psicología autónoma, si sus alcances sólo nos darán cuenta de asuntos muy generales que no atañen al problema concreto que lleva al paciente a necesitar una atención psicológica? También podríamos preguntarnos por ¿Cuál sería la sintomatología precisa al interior de esa psicología filosófica, que nos permitiría establecer un diagnóstico más allá de toda mostración fisiológica?
 
El apuro de Freud es pertinente, y justamente porque de lo que trata una psicología es de aquella fenomenalidad psíquica cuyo acceso a su mostración es suficientemente celoso. Lo que podríamos llamar “el retorno al eidos” desde la autopercatación fenomenológica es un trabajo filosófico que ha tomado siglos desde Aristóteles en adelante, y que exige en el presente una lenta maduración de su método. Por tanto, se le puede conceder a Freud que la filosofía no ha llegado con Brentano a dar cuenta desde sí misma el infinito campo de la conciencia, pero, por muy larga que sea la demora, no por ello una psicología así entendida tiene por definición su posibilidad negada.
 
Un segundo asunto es el aviso que Freud nos hace de la importancia de concebir las cuestiones psicológicas como series cerradas. ¿Por qué? Porque se ha de concretar el diagnóstico de una identidad operativa que causa en el individuo tales o cuales efectos. Nosotros debemos preguntarnos: ¿Toda teoría debe definir sus aspectos como series cerradas, o una teoría puede concretar conocimiento a través de diagnósticos de identidades abiertas y flexibles?
 
 
c)      La proveniencia fisiológica como campo del inconsciente freudiano
 
Ahora bien, el esquema freudiano nos habla de que esta identidad operativa puede ser de proveniencia fisiológica, o bien psicológica y fisiológica, como si la esfera de lo consciente fuera el ámbito en el cual nos enteramos vagamente de algunos aspectos de índole inconsciente, incluyendo en este inconsciente la facticidad concreta de la situación fisiológica. Para nosotros, lo interesante será conversar profundamente este punto como modelo de proveniencias, que, y subrayo aquí, es un tema eminentemente metafísico, y por tanto no compete a la fenomenología como primera tarea. La fenomenología, como les he comentado, es muy modesta, se atiene solamente a lo que se muestra en razón a la evidencia, a lo que ella puede afirmar o indagar en la más estricta rigurosidad. De lo demás podemos hablar ciertamente y elaborar fantásticas hipótesis, pero es claro que no es parte del plan específico de la fenomenología.
 
 
d)     Las proveniencias en general como tema para una fenomenología de la afección
 
Aclarado esto,  podemos preguntarnos por ejemplo por diversas procedencias o proveniencias de lo que puede llegar a ser consciente, sea por ejemplo, estructuras sintéticas pasivas que salen eventualmente a la luz (por ejemplo, en la labor fenomenológica esclarecedora) o se mantienen siempre en las tinieblas de la actitud natural, e incluso en un horizonte de indiferenciación para la labor fenomenológica. Pero si eso puede admitirse, habremos de indagar seriamente la apertura de la afección en general. ¿Qué es lo que nos afecta? ¿Acaso lo otro que yo? Si es así: ¿qué es lo otro que yo? Y desde allí: ¿Cuál es el modo a través del cual llego a ser afectado por eso otro, y ese otro? Tendríamos pues que indagarlo todo. No sólo lo que concretamente identifico, sino todos los ejes de influencia, desde los más explícitos a los más sutiles e implícitos. Asimismo, habrá que hacer una muy fina investigación de como todo eso otro es a su vez fuente de identificación personal a través de la institución de una habitualidad yoica, que desarrolla su propio estilo de motivaciones intencionales. Y desde ahí, toda una serie de relaciones de como yo, a su vez me auto-afecto. En tales estructuras correlativas noéticas y noemáticas, y de desenvolvimiento genético, se levantan las preguntas fenomenológicas sobre la afección y la ética. Es en tal anterioridad donde las estructuras formales alternan movimientos dialécticos y muestran algunos estadios de emplazamiento eidético. Por ese sector me encuentro yo con mi linterna fenomenológica explorando desde lo que a mí me convoca, la constatación pre-reflexiva de la creación artística. Les comento esto para expresarles que el camino filosófico es un camino abierto, amplio, tan amplio como el horizonte. No hay apuro, no hay descanso. Siempre se persevera, siempre se avanza. Y la ambición teorética se apacigua en la pregunta radical de su pertinencia.
 
 
e)     La fenomenalidad del cuerpo versus la mera “conciencia-del-cuerpo”
 
Ahora, pensando sólo en la simple proveniencia, esto es, en la sintomatología del cuerpo, conversemos lo siguiente: ¿Acaso el cuerpo debe tomar lugar para la psicología como el auténtico agente o actor de la conciencia? ¿Podemos pensar, por el contrario, considerar que el cuerpo pueda ser él mismo fenomenalidad, es decir, más allá de la consideración común sobre su dimensión concreta metabólica, el cuerpo pueda ser un modo de venir a la presencia consciente, de modo que no haya dicotomía entre “conciencia” y “cuerpo”, o no haya que inventar tampoco el par de conceptos “cuerpo” y “conciencia-del-cuerpo”?
 
En este sentido ¿cómo me posiciono epistemológicamente para comprender con claridad y sin inestabilidades, ese cuerpo vivido y viviente [Lieb], ese cuerpo [Körper] que hago mío desde el Logos y que despliego en mi modo de ser en el mundo como un modo de ser corporal, que no sólo se desplaza y practica mediante su comportamiento cierto protocolo, sino que hace poesía en la danza, en el canto, en el tocar un instrumento, y que sin ir más lejos él mismo delinea su propia identidad en la habitualidad de su postura, en el ritmo de sus movimientos, en su disposición con el centro de gravedad? La postura habla mi presencia, es mi dominio del espacio, es poder e influencia, mucho antes de que digamos nuestro nombre y nuestros títulos. En este sentido, mi cuerpo que puede ser visto como una cosa orgánica no es una mera cosa, y manifiesta de nosotros más de lo que quisiéramos decir.
 
f)       El ejemplo del “miembro fantasma” de Merleau-Ponty
 
En congruencia con esta línea que les expongo encontramos un pasaje de Fenomenología de la percepción de Maurice Merleau-Ponty:
 
 
I.                  El cuerpo como objeto y la fisiología mecanicista
 
[…]
 
Así, la exteroceptividad exige una puesta en forma de los estímulos, la conciencia del cuerpo invade al cuerpo, el alma se difunde por todas partes, el comportamiento desborda su sector central. Pero se podría replicar que esta “experiencia del cuerpo” es una “representación”, un “hecho psíquico”, que, en cuanto tal, se encuentra al extremo de una cadena de acontecimientos físicos y fisiológicos que son los únicos que puedan ponerse a cuenta del “cuerpo real”. ¿No es mi cuerpo, exactamente como los cuerpos exteriores, un objeto que actúa sobre unos receptores y da, finalmente, lugar a la conciencia del cuerpo? ¿No habrá una “introceptividad” como hay una “exteroceptividad”? ¿No puedo encontrar en el cuerpo unos hilos enviados por los órganos internos al cerebro e instituidos por la naturaleza para dal al alma la ocasión de sentir su cuerpo? La conciencia del cuerpo y del alma se ven así contencionadas, el cuerpo vuelve a devenir esta máquina bien limpiada que la noción ambigua del comportamiento casi nos hizo olvidar. Si, por ejemplo, en un amputado, una estimulación sustituye a la de la pierna en el trayecto que va del muñón al cerebro, el sujeto sentirá una pierna fantasma, porque el alma está inmediatamente unida al cerebro y sólo a éste.
 
¿Qué dice la fisiología moderna al respecto? La anestesia a base de cocaína no suprime el miembro fantasma; se dan miembros fantasmas, sin ninguna amputación, como consecuencia de lesiones cerebrales. Finalmente, el miembro fantasma a menudo conserva la posición que el brazo real ocupaba en el momento de la herida: un herido de guerra siente aún en su brazo fantasma la metralla que laceró su brazo real. ¿Habrá que reemplazar, pues, la “teoría periférica” por una “teoría central”? Pero nada ganaríamos con una teoría central si ésta no añadiese a las condiciones periféricas del miembro fantasma más que vestigios cerebrales, pues un conjunto de vestigios cerebrales no podría trazar las relaciones de conciencia que intervienen en el fenómeno. Éste depende, efectivamente, de determinantes “psíquicos”. Una emoción, una circunstancia que recuerda a las de la herida, hacen aparecer un miembro fantasma en los sujetos que no lo tenían. Incluso ocurre que el brazo fantasma, enorme luego de la operación, vaya reduciéndose posteriormente para acabar sumiéndose en el muñón “con el consentimiento del enfermo a aceptar la mutilación”. El fenómeno del miembro fantasma viene aquí clarificado con el fenómeno de anosognosia que exige, evidentemente, una explicación psicológica. Los individuos que sistemáticamente ignoran su mano derecha paralizada y dan la izquierda cuando se les pide la derecha, hablan, no obstante, de su brazo paralizado como de una “serpiente larga y fría”, lo que excluye la hipótesis de una verdadera anestesia y sugiere la de un rechazo de la deficiencia. ¿Habrá que decir, pues, que el miembro fantasma es un recuerdo, una voluntad o una creencia y, a falta de explicación fisiológica, dar del mismo una explicación psicológica? Sin embargo, ninguna explicación psicológica puede ignorar que la sección de los conductores sensitivos que van hacia el encéfalo suprime al miembro fantasma. Es necesario comprender, pues, cómo los determinantes psíquicos y las condiciones fisiológicas se traban unas con otras: si el miembro fantasma depende de condiciones fisiológicas y, en cuanto tal, es el efecto de una causalidad en tercera persona, no se entiende cómo, por otra parte, pueda depender de la historia personal del enfermo, sus recuerdos, sus emociones o voluntades. Efectivamente, para que las dos series de condiciones puedan determinar conjuntamente el fenómeno, tal como dos componentes determinan una resultante, necesitarían un mismo punto de aplicación o un terreno común, y no se llega a ver cuál podría ser el terreno común de unos “hechos fisiológicos” que están en el espacio y de unos “hechos psíquicos” que no están en ninguna parte, ni tan siquiera el de unos procesos objetivos, como los influjos nerviosos, que pertenecen al orden del en-sí, y el de unas cogitaciones, cuales la aceptación y el rechazo, la conciencia del pasado y la emoción, que son del orden del para-sí. Una teoría mixta del miembro fantasma, que aceptase las dos series de condiciones, puede ser válida como enunciado de los hechos conocidos,  pero será profundamente oscura. El miembro fantasma no es el simple efecto de una causalidad objetiva, ni tampoco una cogitatio. Sólo podría ser una mezcla de ambos, si encontrásemos la manera de articular el uno sobre el otro, lo “psíquico” y lo “fisiológico”, lo “para-sí” y lo “en-sí”, y facilitar un encuentro entre ellos; si el proceso en tercera persona y los actos personales pudiesen integrarse en un medio que les fuese común.
 
 
 
g)     Cuerpo y mundo (horizonte de sentido) en Merleau-Ponty
 
[…]
 
Este fenómeno, que desfiguran tanto las explicaciones fisiológicas como las psicológicas, se entiende, por el contrario, en la perspectiva del ser-en-el-mundo. Lo que en nosotros rechaza la mutilación y la deficiencia es un Yo empeñado en cierto mundo físico e interhumano, un Yo que continúa tendiéndose hacia su mundo pese a deficiencias o amputaciones, y que, en esta misma medida, no las conoce de iure. El rechazo de la deficiencia no es más que el reverso de nuestra inherencia a un mundo, la negación implícita de lo que se opone al movimiento natural que nos arroja a nuestras tareas, nuestras preocupaciones, nuestra situación, nuestros horizontes familiares. Poseer un brazo fantasma es permanecer abierto a todas las acciones de las que sólo el brazo es capaz, es guardar el campo práctico que uno poseía antes de la mutilación. El cuerpo es el vehículo del ser-en-el-mundo, y poseer un cuerpo es para un viviente conectar con un medio definido, confundirse con ciertos proyectos y comprometerse continuamente con ellos. En la evidencia de este mundo completo, en el que aún figuran objetos manejables, en la fuerza del movimiento que va hacia él y en donde aún figuran el proyecto de escribir o de tocar piano, el enfermo encuentra la certidumbre de su integridad. Pero en el momento en el que le oculta su deficiencia, el mund no puede dejar de revelársela: ya que, si es cierto que tengo consciencia de mi cuerpo a través del mundo, que éste es, en el centro del mundo, el término no advertido hacia el cual todos los objetos vuelven su rostro, es verdad por la misma razón que mi cuerpo es el quicio del mundo: sé que los objetos tienen varias caras porque podría repasarlas, podría darles la vuelta, y en este sentido tengo consciencia del mundo por medio de mi cuerpo. En el mismo momento en el que mi mundo consuetudinario hace levantar en mí unas intenciones habituales, ya no puedo, si estoy amputado, unirme efectivamente a él; los objetos manejables, interrogan una mano que yo no tengo ya. Así se delimitan, en el conjunto de mi cuerpo, unas regiones de silencio. El enfermo sabe, pues, su caducidad precisamente en cuanto que la ignora, y la ignora precisamente en cuanto que la conoce.  Esta paradoja es la de todo ser-en-el-mundo: al dirigirme a un mundo, estrello mis intenciones perceptivas y mis intenciones prácticas en unos objetos que se me revelan, en definitiva, como anteriores y exteriores a las mismas, y que, no obstante, no existen para mí más que en cuanto suscitan en mí unos pensamientos o unas voluntades. En el caso que nos ocupa, la ambigüedad del saber se reduce a que nuestro cuerpo comporta como dos estratos distintos: el del cuerpo habitual y el del cuerpo actual. En el primero figuran los gestos de manejo que han desaparecido del segundo, y la cuestión de saber cómo puedo sentirme provisto de un miembro que ya no tengo equivale, de hecho, a saber cómo el cuerpo habitual puede hacerse garante del cuerpo actual. ¿Cómo puedo percibir unos objetos como manejables, cuando no puedo ya manejarlos? Es preciso que lo manejable haya dejado de ser lo que actualmente manejo, para devenir lo que puede manejarse, haya dejado de ser un manejable para mí y haya devenido como un manejable en sí. Correlativamente, es preciso que mi cuerpo sea captado no solamente en una experiencia instantánea, singular, plena, sino también bajo un aspecto de generalidad y como un ser impersonal.
 
Así el fenómeno del miembro fantasma conecta con el de la contención que lo clarificará. Efectivamente, la contención de la que el psicoanálisis habla consiste en que el sujeto emprende cierto camino –empresa amorosa, carrera, obra-, encuentra en este camino una barrera y, no teniendo ni la fuerza de saltar el obstáculo ni la de renunciar a la empresa, queda bloqueado en esta tentativa y ocupa indefinidamente sus fuerzas en renovarla en su espíritu. El tiempo que pasa no arrastra consigo los proyectos imposibles, no se encierra en la experiencia traumática, el sujeto permanece abierto al mismo futuro imposible, si no en sus pensamientos explícitos, en su ser efectivo. Un presente entre todos los presentes adquiere, pues, un valor excepcional: desplaza a los demás y los destituye en su valor de presentes auténticos. Continuamos siendo aquel que un día entró en este amor de adolescente, o aquel que un día vivió en este universo parental. Nuevas percepciones sustituyen a las percepciones antiguas e incluso nuevas emociones sustituyen a las de antaño, pero esta renovación sólo interesa al contenido de nuestra experiencia y no a su estructura, el tiempo impersonal continúa fluyendo, mientras que el tiempo personal está atado. Caro está, esta fijación no se confunde con un recuerdo, en cuanto exhibe ante nosotros, como un cuadro, una antigua experiencia y que, por el contrario,  este pasado que continúa siendo nuestro verdadero presente no se aleja de nosotros y se oculta constantemente detrás de nuestra mirada en lugar de disponerse delante de ella. La experiencia traumática no subsiste en calidad de representación, bajo modo de conciencia objetiva y como un momento que tiene s fecha; le es esencial el no sobrevivirse más que como un estilo de ser y en un cierto grado de generalidad. Enajeno mi poder perpetuo de darme unos “mundos” en beneficio de uno de ellos, y, por ende, este mundo privilegiado pierde su sustancia y acaba por no ser más que una cierta angustia. Toda contención es, pues, el paso de la existencia en primera persona a una especie de escolastización de esta existencia que vive de una experiencia antigua, o mejor, del recuerdo de haberla tenido, posteriormente, del recuerdo de haber tenido este recuerdo, y así sucesivamente, hasta el punto de que ya no retiene de ella más que la forma típica. Ahora bien, como advenimiento de lo impersonal, la contención es un fenómeno universal, hace comprender nuestra condición de seres encarnados vinculándola a la estructura temporal del ser-en-el-mundo. En cuando tengo unos “órganos de los sentidos”, un “cuerpo”, unas “funciones psíquicas” comparables a los de los demás hombres, cada uno de los momentos de mi experiencia deja de ser una totalidad integrada, rigurosamente única, en donde los detalles sólo existirían en función del conjunto, me convierto en el lugar en el que se entrecruzan una multitud de “causalidades”. En cuanto habito un “mundo físico”, en el que se encuentran “estímulos” constantes y unas situaciones típicas –y no solamente un mundo histórico en el que las situaciones no son nunca comparables-, mi vida comporta unos ritmos que no tienen su razón en lo que he optado por ser, sino que tienen su condición en el medio banal que me rodea. Así aparece, alrededor de nuestra experiencia personal, un margen de existencia casi impersonal que, por decir así,  se da por sentado, y al que confío el cuidado de mantenerme en vida –alrededor del mundo humano que cada uno de nosotros se ha hecho, un mundo en general al que, primero, hay que pertenecer para poder encerrarse en el medio particular de un amor o de una ambición. Así como se habla de una contención en sentido restringido cuando mantengo a través del tiempo uno de los mundos momentáneos que he atravesado y qe convierto en la de forma de toda mi vida, igualmente puede decirse que mi organismo, como adhesión prepersonal a la forma general del mundo, como existencia anónima y general, desempeña, por debajo de mi vida personal, el papel de un complejo innato. No es cual una cosa inerte; también él esboza el movimiento de la existencia. Incluso puede llegar hasta el peligro de que mi situación humana borre mi situación biológica, de que mi cuerpo se entregue sin reserva a la acción. Ahora bien, estos momentos sólo pueden ser momentos, y la mayor parte del tiempo la existencia personal contencional al organismo sin poder ni ir más allá, ni renunciar a sí misma: ni reducirlo a ella, ni reducirse a él. Mientras un dolor me abruma y sy presa de mi aflicción, mis miradas erran delante de mí, se interesan socarronamente por un objeto brillante cualquiera, recomienzan su existencia autónoma. Después de este minuto en el que querríamos encerrar todas nuestra vida, el tiempo, por lo menos el tiempo prepersonal, recomienza a transcurrir, y si no se lleva nuestra resolución, sí, cuando menos, los cálidos sentimientos que la sostenían. La existencia personal es intermitente y, cuando esta marea se retira, la decisión sólo puede dar a mi vida una significación forzada. La fusión del alma y del cuerpo en el acto, la sublimación de la existencia biológica en la existencia personal, del mundo natural en mundo cultural, resulta a la vez posible y precaria gracias a la estructura temporal de nuestra experiencia. Cada presente capta paso a paso, a través de su horizonte del pasado inmediato y del futuro próximo, la totalidad del tiempo posible; así supera la dispersión de los instantes, está en posición de dar su sentido definitivo a nuetsro mismísimo pasado y de reintegrar a la existencia personal incluso este pasado de todos los pasados que las etereotipias orgánicas nos hacen adivinar en el origen de nuestro ser voluntario. En esta medida, incluso los reflejos tienen un sentido y el estilo de cada individuo es todavía visible en  ellos, al igual que las palpitaciones del corazón se dejan sentir hasta la periferia del cuerpo. Pero este poder pertenece, justamente, a todos los presentes; a los presentes antiguos lo mismo que al nuevo presente. Aun cuando pretendamos comprender mejor nuestro pasado del que éste se comprendía a sí mismo, siempre podrá éste recusar nuestro juicio presente y encerrarse en su evidencia artística. Más, lo hace ya necesariamente en cuanto que yo lo pienso como un antiguo presente. Cada presente puede pretender fijar nuestra vida, y es esto lo que lo define como presente. En cuanto se da para la totalidad del ser y llena un instante la conciencia, nunca logramos deshacernos totalmente del mismo, el tiempo nunca se cierra completamente en sí mismo y sigue como una herida por la que se derrama nuestra fuerza. A mayor abundamiento, si una vida individual puede recobrar y asumir el pasado específico que es nuestro cuerpo, solamente puede hacerlo en cuanto no lo ha trascendido nunca, en cuanto lo alimenta secretamente y le dedica una parte de sus fuerzas, en cuanto sigue siendo su presente, como puede verse en la enfermedad en la que los acontecimientos del cuerpo se convierten en los acontecimientos del día. Lo que nos permite centrar nuestra experiencia es también lo que nos impide centrarla absolutamente, y el anonimato de nuestro cuerpo es inseparablemente libertad y servidumbre. Así, para resumir, la ambigüedad del ser-en-el-mundo se traduce por la del cuerpo, y ésta se comprende por la del tiempo.
 
Más adelante volveremos a abordar el tiempo. Mostremos únicamente, de momento, que, a partir de este fenómeno central, las relaciones de lo “psíquico” y lo “fisiológico” se vuelven pensables. ¿Por qué los recuerdos que uno evoca al amputado puede hacer aparecer el miembro fantasma? Un brazo fantasma no es una rememoración, es un semipresente, el mutilado lo siente actualmente replegado en su pecho sin ningún índice de pasado. Tampoco podemos suponer que un bazo en imagen, errando a través de la conciencia, haya venido a posarse en el muñón: en tal caso, ya no sería un fantasma, sino una percepción renaciente. Es preciso que el brazo fantasma sea el mismo brazo lacerado por la metralla, y cuya envoltura visible se ha quemado o podrido en alguna parte, que acosa al cuerpo presente sin confundirse con él. El brazo fantasma es, pues, como la experiencia contencionada de un antiguo presente que no se decide a devenir pasado. Los recuerdos que se evocan delante del amputado inducen un miembro fantasma no como una imagen invoca en el asociacionismo a otra imagen, sino porque todo recuerdo vuelve a abrir el tiempo perdido y nos invita a tomar de nuevo la situación que evoca. La memoria intelectual, en el sentido de Proust, se contenta con un señalamiento del pasado, de un pasado en idea, extrae los “caracteres” o la significación comunicable, más que volver a encontrar su estructura, pero no sería memoria si el objeto que ella construye no se mantuviese aún por medio de algunos hilos intencionales en el horizonte del pasado vivido y en este pasado tal como de nuevo lo encontraríamos hundiéndose en esos horizontes y reabriendo el tiempo. Del mismo modo, si volvemos a situar la emoción en el ser-en-el-mundo, comprenderemos que pueda estar al origen del miembro fantasma. Estar emocionado es encontrarse empeñado en una situación a la que se consigue hacer frente, pero a la que no quiere abandonarse. Más que aceptar el fracaso o hacerse atrás, el sujeto, en este atolladero existencial, hace estallar el mundo objetivo que le cierra el camino y busca en sus actos mágicos una satisfacción simbólica (Cfr. J. P. Sartre, Esquisse d´une theorie de l´Émotion). La ruina del mundo objetivo, la renuncia a la verdadera acción, la fuga en el autismo son condiciones favorables a la ilusión de los amputados por cuanto ésta supone también la obliteración de la realidad. Si el recuerdo y la emoción pueden hacer que aparezca  el miembro fantasma, no lo hacen como una cogitatio necesita otra cogitatio, o como una condición determina una consecuencia; no es que una causalidad de la idea se sobreponga, aquí, a una causalidad fisiológica, lo que ocurre es que una actitud existencial motiva a otra y que recuerdo, emoción, miembro fantasma, son equivalentes respecto del ser-del-mundo.  ¿Por qué la sección de los conductores aferentes suprime el miembro fantasma? En la perspectiva del ser-del-mundo este hecho significa que las excitantes procedentes del muñón mantienen al miembro amputado en el circuito de la existencia. Marcan y guardan su sitio, hacen que no sea anonadado, que cuente aún en el organismo, preparan un vacío que la historia del sujeto llenará, le permiten realizar el fantasma como las perturbaciones estructurales permiten realizar un delirio al contenido de la psicosis. Desde nuestro punto de vista, un circuito sensomotor es, al interior de nuestro ser-del-mundo global, una corriente de existencia relativamente autónoma. No porque siempre aporte a nuestro ser total una contribución separable, sino porque, en ciertas condiciones, es posible poner en evidencia unas respuestas constantes para unos estímulos también constantes. La cuestión está, pues, en saber por qué el rechazo de la deficiencia, que es una actitud de conjunto de nuestra existencia, necesita, para realizarse, esta modalidad especialísima que es un circuito sensomotor, y por qué nuestro ser-del-mundo, que da a todos nuestros reflejos el sentido que les corresponde, y que, desde este punto de vista, los fundamenta, se entrega, pese a todo, a los mismos y se fundamenta, por fin, en ellos. En realidad, lo hicimos ver en otra parte, los circuitos sensomotores se dibujan tanto más netamente cuanto que nos enfrentamos con unas existencias más integradas, y el reflejo en estado puro apenas se encuentra más que en el hombre, el cual, no solamente posee un medio (Umwelt), sino también un mundo (Welt) (La Structure du Comportement, p. 55). Desde el punto de vista de la existencia, estos dos hechos, que la inducción científica se limita a yuxtaponer, se vincula interiormente y se entienden bajo una misma idea. Si el hombre no tiene que encerrarse en la ganga del medio sincrético en el que el animal vive como un estado de éxtasis, si ha de tener consciencia de un mundo como razón común de todos los medios contextuales y teatro de todos los comportamientos, es preciso que entre él y aquello que reclama su acción se establezca una distancia; es preciso que, como Malebranche decía, las estimulaciones del exterior no le toquen más que con “respeto”, que cada situación momentánea deje de ser para él la totalidad del ser, cada respuesta particular deje de ocupar todo su campo práctico, que la elaboración de estas respuestas no exija cada vez una toma de decisión singular y se dibujen una vez por todas en su generalidad. Es, pues, renunciando a una parte e su espontaneidad, empeñándose en el mundo por medio de órganos estables y circuitos preestablecidos que el hombre puede adquirir el espacio mental y práctico que, en principio, lo sacará de su medio y se lo hará ver. Y, bajo condición de volver a situar en el orden de la existencia hasta la toma de conciencia de un mundo objetivo, no encontraremos ya contradicción ninguna entre aquélla y el condicionamiento corporal: es una necesidad interna para la existencia más integrada el que se dé un cuerpo habitual. Lo que nos permite vincular entre sí lo “fisiológico” y lo “psíquico” es que, reintegrados en la existencia, ya no se distinguen como el orden del en-sí y el orden del para-sí, y que ambos se orientan hacia un poco intencional o hacia un mundo. Las dos historias nunca se recubren, claro está, por completo: la una es banal y cíclica, la otra puede ser abierta y singular; y habría que reservar el término de historia para el segundo orden de fenómenos, si la historia fuese una secuencia de acontecimientos que no sólo tiene un sentido, sino que además se lo dan a sí mismos. Sin embargo, salvo con una verdadera revolución que rompa las categorías históricas válidas hasta aquí, el sujeto de la historia no crea por entero su papel: frente a situaciones típicas, toma decisiones típicas, y Nicolás II, volviendo a encontrar aún las palabras de Luis XVI, desempeña el papel ya descrito de un poder establecido frente a un poder nuevo. Sus decisiones traducen un a priori del príncipe amenazado como nuestros reflejos traducen un a priori específico. Estas estereotipias, por otra parte, no son una fatalidad, y tal como el vestido, la compostura, el amor, transfiguran las necesidades biológicas en cuya ocasión nacieron, asimismo, al interior del mundo cultural, el a priori histórico no es constante más que para una fase dada y a condición de que el equilibrio de las fuerzas deje subsistir las mismas formas. Así la historia no es ni una novedad perpetua, ni una repetición perpetua, sino el movimiento único que crea formas estables y las rompe. El organismo y sus monótonas dialécticas no son, pues, extraños a la historia y como inasimilables por ella. El hombre concretamente tomado no es un psiquismo conexo a un organismo, sino este vaivén de la existencia que ora se deja ser corpórea y ora remite a los actos personales. Los motivos psicológicos y las ocasiones corpóreas pueden entrelazarse porque no se da ni un solo movimiento en un cuerpo vivo que sea un azar absoluto respecto de las intenciones psíquicas, ni un solo acto psíquico que no haya encontrado cuando menos su germen o su bosquejo general en las disposiciones fisiológicas. Nunca se trata del encuentro incomprensible de dos causalidades, ni de una colisión entre el orden de las causas y el de los fines. Pero, mediante una vuelta insensible, un proceso orgánico desemboca en un comportamiento humano, un acto instintivo vira y se vuelve sentimiento, o, inversamente un acto humano entra en sueño y se prosigue distraídamente en reflejo. Entre lo psíquico y lo fisiológico pueden darse relaciones de cambio que casi siempre impiden definir una perturbación mental como psíquica o como somática. La llamada perturbación somática bosqueja, a propósito del tema del accidente orgánico, unos comentarios psíquicos, y la perturbación “psíquica” se limita a desarrollar la significación humana del acontecimiento corporal. Un enfermo siente en su cuerpo una segunda persona implantada. Es hombre en una mitad de su cuerpo, mujer en otra. ¿Cómo distinguir en el síntoma las causas fisiológicas y los motivos psicológicos? ¿Cómo asociar simplemente las dos explicaciones y cómo concebir un punto de conexión entre los dos determinantes? “En los síntomas de este tipo, lo psíquico y lo físico están tan íntimamente ligados que ni siquiera puede pensarse en completar uno de los dominios funcionales con el otro, y que ambos deben ser asumidos por un tercero (…). (Hay que)… pasar de un conocimiento de hechos psicológicos y fisiológicos a un reconocimiento del acontecimiento anímico como proceso vital inherente a nuetsra existencia” (E. Menninger-Lerchental, Das Truggebilde der eigenen Gestalt, pp. 174-175). Así, a la pregunta que planteamos, la moderna fisiología responde muy claramente: el acontecimiento psicofísico no puede concebirse al estilo de la fisiología cartesiana y como la contigüidad de un proceso en sí y de una cogitatio. La unión del alma y del cuerpo no viene sellada por un decreto arbitrario entre dos términos exteriores: uno, el objeto, el otro, el sujeto. Esta unión se consuma a cada instante en el movimiento de la existencia. Es la existencia lo que encontramos en el cuerpo al aproximarlo mediante una primera vía de acceso, la de la fisiología. No es, pues, lícito recortar y precisar este primer resultado interrogando ahora a la existencia sobre sí misma, eso es, dirigiéndonos a la psicología.
 
 
Terminemos aquí hoy, y dejemos resonando este texto para el fin de semana. La próxima clase vamos a abordar el aspecto pendiente 05, donde trabajaremos en qué sentido la psicología brentaniana puede llamarse a sí misma empírica. Discutiremos ahí algunos asuntos epistemológicos fundamentales: ¿de qué modo puede ser posible levantar una teoría de la conciencia fiel a la mostración de la conciencia misma? Repasaremos conceptos metodológicos como inducción, deducción, y hecho de la conciencia, con el fin de ir esclareciendo de qué modo emerge la fenomenología husserliana en este sitio epistemológico integral, que no descalifica lo alcanzado por las ciencias, sino que intenta abordar una situación comprensiva que pueda renovar y hacer pleno la cualidad del conocimiento alcanzado, en la forma del conocimiento posible.
 
 
Muchos saludos,
 
Verónica Arís
 
 



[1] Freud, Obras completas. Tomo III (1916-1938) [1945]. Traducción de Luis López-Ballesteros y de Torres. España: Biblioteca Nueva, 2007, p. 3387.

Comments

Popular Posts