CLASE 04
Dificultades
epistemológicas del Psicoanálisis de Sigmund Freud
Estimados alumnos,
En la clase anterior hemos hecho una somera lectura comentada de algunos
fragmentos del Compendio del
Psicoanálisis, 1938 (1940) de Sigmund Freud, poniendo principal atención al
lugar que ocupa el “Inconsciente” en su estructura epistémica.
A-
El tipo de mostración de su objeto.
B-
La amplitud del campo en la que se enmarcan sus leyes,
C-
El nivel ontológico al que corresponde su campo.
D-
Sus fuentes de creencia y sujeción.
E-
Sus posibilidades de validación más allá de sí.
De manera que, dejemos estos respectos como telón
de fondo para todas nuestras consideraciones. Con el progreso de nuestras
clases se nos va a ir aclarando paulatinamente la figura que responde a estos 5
respectos.
La tarea de
volver a interpretar el inconsciente desde la fenomenología
Tan sólo con lo visto hasta aquí, nos
es claro que la observación
empírica freudiana de fenómenos como: los sueños, los lapsus linguae, algunos síntomas neuróticos, cierta regresión
infantil en el comportamiento de adultos, la dilusión en esquizofrenia, así
como también la efectividad de la hipnosis como tratamiento, etc. –tal como lo
declara Rudolf Bernet en su texto
‘Unconscious Consciousness in Husserl and Freud’, en The New Husserl A critical reader. Editado por Donn Welton (USA:
Indiana Press, 2003)-, reclama además de un esfuerzo epistémico de organización
y acreditación de sus consideraciones, un trabajo de observaciones “metapsicológicas”. ¿Qué significa aquí
“metapsicológicas”? Significa encontrar una posición teórica para la
determinación de la esencia de lo
inconsciente, y su relación con la conciencia.
Pero, ¿es tarea freudiana inquirir en aquello que sea
la “esencia” de lo inconsciente? ¿Podemos hablar estrictamente de “esencia” en
el contexto de Freud[1]?
O bien, ¿tan sólo podemos proyectar modos a través de los cuales aquello que
corresponda a la esencia del ser conciencia –sea en sus respectos conscientes o
inconscientes- se trasluzca en las consideraciones psicoanalíticas freudianas?
En nuestra primera clase hemos notado la importancia
de liberarnos de nuestros prejuicios académicos y profesionales para abrirnos a
pensar nuevamente sobre la psique, y
así ir desarrollando un avance fenomenológico auténtico. Pero hemos advertido
además que liberarse de prejuicios no significa aquí descalificar y erradicar
de todo ámbito de validez aquello que ha sido alcanzado. Hemos de conceder que
pueden haber fuertes razones por las cuales se ha descrito algo de esta manera.
Por lo tanto, quizás nuestra cuestión sea liberarnos de prejuicios para
abrirnos a la posibilidad de comprender de un modo fenomenológico lo ya indicado, y continuar camino
incrementando las descripciones y solventando la adecuación de los diagnósticos.
Ciertamente, la tesis que defiende Bernet en este
texto citado busca reconciliar las perspectivas freudianas con las husserlianas
en algunos respectos, al margen de las insistentes discrepancias que diversos
fenomenólogos han sostenido –según Bernet (p. 200)- siguiendo la influencia de
Martin Heidegger. Bernet indica en este segmento a Max Scheler, Jean Paul Sartre,
Maurice Merleau-Ponty, Paul Ricoeur, Michel Henry, y Jacques Derrida.
Sin embargo, nosotros para llegar a elaborar una
reinterpretación fenomenológica de Freud hemos de hacer un camino de depuración
de nuestra propia capacidad comprensiva de los asuntos, y por sobre todo, de
nuestra capacidad intuitivo-eidética de los mismos.
No es cosa sencilla abrirse paso a la patencia, ni
mantenerse en el estricto rigor que ella reclama. Mas no existe otro modo para
la consideración prudente de todos los nuevos esfuerzos del psicoanálisis
contemporáneo. Repensar las posibilidades descriptivas de un diagnóstico
concluyente de esquizofrenia, por ejemplo, demanda volver a las cosas mismas, y
en tal caso asumir la fenomenológica como nuestra práctica.
En este sentido, se hace imprescindible comenzar
reconociendo las aporías que el psicoanálisis pudo haber heredado de las
teorías modernas, para así abrirnos paso a la reducción fenomenológica.
Principales dificultades
epistemológicas observadas en el Compendio del Psicoanálisis
i)
Desde el punto
de vista del contenido, la teoría del inconsciente propone una determinación
metafísica de una totalidad compleja
y fragmentada, desapercibida por la conciencia pero de algún modo
“en” la conciencia, y sobre todo “en” el cuerpo. Esto se muestra en los
argumentos relativos a:
i.i) Estructura fragmentada de la vida del
hombre: el ello, el yo, el super-yo y el mundo exterior.
i.ii) La
fundación a fortiori del
psicoanálisis en “hechos fisiológicos”, que se transcriben en “eventos del
órgano somático”.
i.iii) El
supuesto de la condición antropológica del hombre, donde cierto tipo de
comportamiento es clasificado como natural, primitivo o arcaico, y otro como
mediado por la cultura. Lo cual, por ejemplo, dicotomiza la procedencia del
sentido de un valor, respecto de la naturalidad oscura de una pulsión. En este
caso ¿por qué el hombre deviene en racional, si la pulsión por el placer es
nuestro sustrato existentivo? ¿A qué campo se reduce la existencia del hombre y
su posibilidad de ser con este modelo explicativo?
Como
corroboración de estos tres aspectos destacados, tenemos los pasajes que siguen
el último fragmento citado del ‘Compendio…’.
Leamos con detención (p. 3412 y ss):
“El núcleo de nuestra esencia está formado por el
oscuro ello, que no se
comunica directamente con el mundo exterior y sólo es accesible a nuestro
conocimiento por intermedio de la instancia psíquica. En este ello actúan los instintos orgánicos, formados a su vez por la fusión en proporción
variable de dos fuerzas primordiales (Eros y destrucción), y diferenciados
entre sí por sus respectivas relaciones con órganos y sistemas orgánicos. La
única tendencia de estos instintos es la de alcanzar su satisfacción, que
procuran alcanzar mediante determinadas modificaciones de los órganos, con
ayuda de objetos del mundo exterior. Mas la satisfacción instintual inmediata e
inescrupulosa, tal como la exige el ello,
llevaría con harta frecuencia a peligrosos conflictos con el mundo exterior y a
la destrucción del individuo. El ello
no tiene consideración alguna por la seguridad individual, no reconoce el miedo
o, para decirlo mejor, aunque puede producir los elementos sensoriales de la
angustia, no es capaz de aprovecharlos. Los procesos posibles en y entre los
supuestos elementos psíquicos del ello
(proceso primario) discrepan
ampliamente de los que la percepción consciente nos muestra en nuestra vida
intelectual y afectiva; además, para ellos no rigen las restricciones críticas
de la lógica, que rechaza una parte de esos procesos, considerándolos
inaceptables y tratando de anularlos.
“El ello, aislado del mundo exterior, tiene
un mundo propio de percepciones. Percibe con extraordinaria agudeza ciertas
alteraciones de su interior, especialmente las oscilaciones que se consciencian
como sensaciones de la serie placer-displacer. Desde luego, es difícil indicar
por qué vías y con ayuda de qué órganos terminales de la sensibilidad llegan a
producirse esas percepciones. De todos modos, no cabe duda que las
autopercepciones –tanto las sensaciones cenestésicas indiferenciadas como las
sensaciones de placer-displacer- dominan con despótica tiranía los procesos del
ello. El ello obedece al inexorable principio del placer, más no sólo el ello se conduce así. Parecería que
también las actividades de las restantes instancias psíquicas sólo consiguen
modificar el principio del placer, pero no anularlo, de modo que subsista el
problema –de suma importancia teórica y aún no resuelto- de cómo y cuándo se
logra superar el principio del placer, si es que ello es posible. La noción de
que el principio del placer requiere la reducción –y en el fondo quizá aún la
extinción- de las tensiones instintuales (es decir, un estado de nirvana) nos conduce a relaciones aún no
consideradas entre el principio del placer y las dos fuerzas primordiales: Eros
e instinto de muerte.
“La otra instancia psíquica, la que creemos conocer
mejor y en la cual nos resulta más fácil reconocernos a nosotros mismos –el
denominado yo- se ha
desarrollado de aquella capa cortical del ello
que, adaptada a la recepción y a la exclusión de estímulos, se encuentra en
contacto directo con el mundo exterior (con la realidad). Partiendo de la percepción consciente, el yo ha sometido a su influencia sectores
cada vez mayores y capas cada vez más profundas del ello, exhibiendo en la sostenida dependencia del mundo exterior el
sello indeleble de su primitivo origen (algo así como el “Made in Germany”). Su
función psicológica consiste en elevar los procesos del ello a un nivel dinámico superior (por ejemplo, convirtiendo
energía libremente móvil en energía ligada, como corresponde al estado
preconsciente); su función constructiva, en cambio, consiste en interponer
entre la exigencia instintual y el acto destinado a satisfacerla una actividad
intelectiva que, previa orientación en el presente y utilizando experiencias
interiores, trata de prever las consecuencias de los actos propuestos por medio
de acciones experimentales o “tanteos”. De esta manera el yo decide si la tentativa de satisfacción debe ser realizada o
diferida, o si la exigencia del instinto no habrá de ser suprimida totalmente
por peligrosa (he aquí el principio de la
realidad). Así como el ello
persigue exclusivamente el beneficio placentero, así el yo está dominado por la consideración de la seguridad. El yo tiene por función la
autoconservación, que parece ser desdeñada por el ello. Utiliza las sensaciones de angustia como señales que indican
peligros amenazantes para su integridad. Dado que los rastros mnemónicos pueden
tornarse conscientes igual que las percepciones, en particular por su
asociación con los residuos verbales, surge aquí la posibilidad de una
confusión que podría llevar a desconocer la realidad. El yo se protege contra esto estableciendo la función del juicio o examen de realidad, que, merced a las condiciones reinantes al
dormir, bien puede quedar abolida en los sueños. El yo, afanoso de subsistir en un medio lleno de fuerzas mecánicas
abrumadoras, es amenazado por peligros que proceden principalmente de la
realidad exterior, pero no sólo de allí. El propio ello es una fuente de peligros similares, en virtud de dos causas
muy distintas. Ante todo, los instintos excesivamente fuertes pueden perjudicar
al yo de manera análoga a los
“estímulos” exorbitantes del mundo exterior. Es verdad que no pueden
destruirlo, pero sí pueden aniquilar la organización dinámica que caracteriza
al yo, volviendo a convertirlo en una
parte del ello. Además, la
experiencia habrá enseñado al yo que
la satisfacción de una exigencia instintual, tolerable por sí misma, implicaría
peligros emanados del mundo exterior, de modo que la propia demanda instintual
se convierte así en un peligro. Por consiguiente, el yo combate en dos frentes: debe defender su existencia contra un
mundo exterior que amenaza aniquilarlo, tanto como contra un mundo interior
demasiado exigente. Emplea contra ambos los mismos métodos de defensa, pero la
protección contra el enemigo interno es particularmente inadecuada. Debido a la
identidad de origen con este enemigo y a la íntima vida en común que ambos han
llevado ulteriormente, el yo halla la
mayor dificultad en escapar a los peligros interiores que subsisten como
amenazas aun cuando puedan ser domeñados transitoriamente.”
ii)
Desde el punto
de vista de la función científica como delimitación de un campo de
investigación, la teoría del inconsciente da crédito representativo del aparecer y evanescer de aquello presuntivamente
presente. En definitiva, es un modelo de lo que podemos admitir
como cierto según ciertas coincidencias aparentes.
Por lo general, el conocido representacionalismo se
atribuye a las teorías que definen su posibilidad de conocer el objeto de su
estudio según la imposibilidad de
conseguir un conocimiento directo de su en sí. ¿Qué significa esto? Que yo,
como sujeto cognoscente, no conozco con exactitud qué es “algo”, sino sólo una
aproximación posible a ese “algo”, porque –y aquí viene lo fundamental- mi
conciencia obtiene receptivamente datos de la experiencia de ese algo, los
cuales proceso al modo de una imagen o complejos de signos referidos a ese
algo. En este sentido, todo conocimiento queda circunscrito a la categoría de
réplica o remedo de lo que verdaderamente es en “el mundo exterior”, porque
todo conocimiento está mediado por mi especial facultad de conocer. De allí que
se utilice el término re-presentación. La cosa no se me presenta; la cosa se me
re-presenta, la pongo o dispongo para
mí como duplicado de la realidad, como una realidad de segundo orden, la
realidad de mi mundo interior, la realidad para mí –de allí que el concepto de
realidad sea tan problemático y siempre se ponga destacado, en cursiva o
comillas-. Por lo tanto, la cosa en sí se repliega en lo que hipotéticamente
oculta como su auténtica quididad. Y
mi experiencia se define de esta manera como mediación de todo conocimiento
posible.
Este representacionalismo trae como consecuencia la
fragmentación de la vida subjetiva en la dicotomía de sujeto y objeto, que en
realidad no es una dicotomía, ya que:
a-
la validez del lado del sujeto prevalece como aporía
(sin salida, sin poro) ya que la posibilidad de conocer del sujeto se encuentra
encerrada en su subjetividad y su especial modalidad de experiencia;
b-
y del lado del objeto, donde eventualmente se
conseguiría la auténtica validez del conocimiento, nos encontramos con -en el
mejor de los casos- una idea regulativa que alienta a perseguir un conocimiento
mejor, y siempre perfectible.
Ahora bien, dentro de este modelo paradigmático del
conocimiento, nada garantiza que el cambio de un modelo a otro sea una efectiva
aproximación, porque por definición la cosa en su en sí está fuera de mi campo
de evaluación crítica. De allí que el amparo de estas teorías se encuentre del
lado de las facultades subjetivas del juzgar y conocer en general, centradas en
la lógica en su más amplio sentido y en los campos de validez relativos al tipo
de objeto en cuestión.
En este sentido, la propuesta freudiana presenta una
ambivalencia representacionalista, lo cual nos permite discutir con ella esos
aspectos, pero también admitir que podemos abrirla hacia una interpretación
fenomenológica.
De esta manera podemos advertir dos aspectos
representacionalistas fundamentales:
ii.i) El psicoanálisis como modelo teórico, no se
propone conocer efectivamente el qué esencial de la vivencia, sino que intenta
un modelo explicativo “como si” la experiencia fuese de esa manera.
La figura del “como si” es aquí muy reveladora, porque
es siempre este “como si” el que finalmente se pierde de vista y transforma una
teoría científica en una dogmática de la experiencia.
Esto se ve reflejado, por ejemplo, en la figura del
tiempo y los conceptos de continuo y discontinuo de la articulación de la
experiencia. Aquí lo que viene a completar el discontinuo es el Inconsciente
que en la presunción de los elementos que faltan se establece en la dinámica de
su causalidad. De manera que no se obtiene lo que sea la conciencia, sino el
“como si” de aquello que por definición se mantiene en absoluta oscuridad. De
allí que se traiga a lo explícito del lenguaje la serie complementaria de la
interpretación psicoanalítica.
ii.ii) Recurre
a elaboraciones representativas, prescribiendo una representatividad
interpretante de la realidad. Ella prescribe los mecanismos gnoseológicos
que fundamentan la estructura representacionalista del conocimiento. Es decir,
no permite que sea descrito el modo con el cual se nos abra la posibilidad de
un conocimiento directo o bien la posibilidad de una prístina intuitividad.
Lo
cual trae como consecuencia la fundación subrepticia de una disposición
hermenéutica de la vida que se encuentra entrampada en sus propias limitaciones
significantes.
Ello
principalmente porque es un modelo explicativo causal, que necesita determinar
ciertos patrones constantes para toda psique, en el marco de lo que puede ser
considerado una vida normal de conciencia.
Hasta aquí por hoy. En las clases que vienen a continuación vamos a
profundizar en estas dos dificultades epistemológicas. Vamos a comenzar primero
por la estructura metafísica y luego seguiremos por la representacionalista.
Sin embargo hay que advertir que los textos de Freud no son radicalistas. Estas
aporías si bien definen un campo de juego, el autor presenta un espíritu de
investigación bastante libre. De manera que hay explicaciones que, si bien
pueden ser discutibles en algún respecto, no muestran la misma medida
metafísica ni representacionalista que aquí hemos marcado. Ello nos permitirá,
por de pronto, ingresar fenomenológicamente al psicoanálisis en lo sucesivo.
Saludos,[1] Ciertamente Freud habla de la esencia de las instancias psíquicas como el ello, super-yo, y yo, pero hay en su significación una ambivalencia entre lo que corresponde a la estructura quiditativa (de su qué, de lo que la define) como legalidad, y lo que podemos denotar como “naturaleza de” como el modo de comportarse de uno y otro campo yoico. Pero en sentido radical, la esencia de la consciencia, en tanto sentido primigenio de su venir a ser consciente como vida del hombre, no parece estar en cuestión.
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