TEXTO: (P) 3, CAPÍTULO 1, LIBRO 2, PSICOLOGÍA DESDE UN PUNTO DE VISTA EMPÍRICO. Brentano.


DE LA DISTINCIÓN ENTRE

LOS FENÓMENOS PSÍQUICOS Y LOS FENÓMENOS FÍSICOS


Capítulo 1. Libro 2.

Psicología desde un punto de vista empírico

1874

Franz Brentano

 

Parágrafos del capítulo:

§1 Necesidad de estudiar detenidamente la cuestión
§2 Explicación de la distinción por medio de ejemplos
§3 Los fenómenos psíquicos son representaciones o tienen representaciones de base
§4 Definición de los fenómenos psíquicos por su carencia de extensión. Contradicción que se alza frente a esta definición
§5 Es característica de los fenómenos psíquicos su referencia a un objeto
§6 Los fenómenos psíquicos sólo pueden ser percibidos por la conciencia interior; para los físicos sólo es posible la percepción exterior
§7 Los fenómenos psíquicos sólo pueden existir  fenoménicamente, los físicos también pueden existir en la realidad
§8 Si es exacto, y en qué sentido lo es, decir que los fenómenos psíquicos sólo existen uno tras otro, mientras que los físicos existen muchos a la vez
§9 Retrospección sobre las definiciones de la ciencia física y la ciencia psíquica

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§3 Los fenómenos psíquicos son representaciones o tienen representaciones de base

Sin embargo, intentaremos dar una explicación del fenómeno psíquico, en otro modo más unitario. A este fin se nos ofrece una determinación de la que hicimos  uso anteriormente, cuando decíamos que designábamos con el nombre de fenómenos psíquicos, tanto las representaciones como todos aquellos fenómenos cuyo fundamento está formado por representaciones. Apenas necesitamos advertir que una vez más entendemos por representación, no lo representado, sino el acto de representarlo. Este acto de representar forma el fundamento, no del juzgar meramente, sino también del apetecer y de cualquier otro acto psíquico. Nada puede ser juzgado, nada tampoco apetecido, nada esperado ni temido, si no es representado. De este modo, la determinación dada comprende todos los ejemplos aducidos de fenómenos psíquicos, y, en general, todos los fenómenos pertenecientes a esta esfera.

Caracteriza la falta de madurez en que la psicología se encuentra, el hecho de que apenas quepa formular una sola proposición sobre los fenómenos psíquicos, sin que sea impugnada por muchos. No obstante, la gran mayoría coincide con nosotros, por lo menos en lo que acabamos de decir, que las representaciones son el fundamento de los demás fenómenos psíquicos. Así dice Herbart muy justamente: “Cada vez que sentimos, ha de existir en la conciencia, como representado, algo, todo lo embrollado y confuso que se quiera; de modo que este determinado sentir implica este determinado representar. Y cada vez que apetecemos… tenemos en el pensamiento aquello que apetecemos”[1].

Pero Herbart va más allá. En todos los demás fenómenos no ve sino ciertos estados de representaciones, que pueden derivarse de éstas; opinión que ha sido impugnada repetidas veces, y en especial por Lotze, con razones decisivas. Entre otros, J. B. Meyer la ha atacado recientemente en una larga discusión, en su exposición de la psicología de Kant. Pero no se ha contentado con negar que los sentimientos  y apetitos puedan se derivados de las representaciones; ha afirmado que los fenómenos de esta especie pueden existir sin ninguna representación[2]. Meyer llega a creer que los animales inferiores tienen sólo sentimientos y apetitos, sin representaciones, y que la vida de los animales superiores y del hombre comienza también con un mero sentir y apetecer, mientras que el representar sobreviene cuando está más adelantada la evolución[3]. Por lo cual también parece entrar en conflicto con nuestra afirmación.

Pero, si no yerro, la contradicción es más aparente que real. De varias manifestaciones suyas paréceme resultar que Meyer toma el concepto de representación en un sentido más estrecho que nosotros, y, en cambio, ensancha el concepto de sentimiento en la misma medida. “El representar –dice- no surge hasta que la modificación sentida en el propio estado puede ser considerada como consecuencia de un estímulo externo, aunque esto empiece manifestándose sólo en el acto, inconscientemente realizado, de mirar o tocar un objeto externo”. Si Meyer entendiese por representación lo mismo que nosotros, le sería imposible hablar así. Se percataría de que un estado como el que describe cual comienzo del representar contiene ya un gran número de representaciones, por ejemplo, representaciones de sucesión temporal, representaciones de yuxtaposición espacial y representaciones de causa y efecto. Si todo esto debe estar presente al alma, para que se forme una representación, en el sentido de J. B. Meyer, es claro que esta representación no puede ser el fundamento de todos los demás fenómenos psíquicos. Pero ese “estar-presente” de cada una de las cosas nombradas, es precisamente un “estar-representado” en nuestro sentido. Y un “estar-representado” semejante se halla dondequiera aparece algo a la conciencia; ya sea amado, odiado o considerado con indiferencia; ya sea reconocido, rechazado o –no sé expresarme mejor que diciendo-: representado, en una completa abstención de juicio. Tal como nosotros usamos la palabra “representar”, puede decirse que “ser representado” vale tanto como “aparecer”, “ser fenómeno”.

J. B. Meyer mismo reconoce que todo sentimiento de placer y displacer, incluso el ínfimo, presupone un acto de representación, en este sentido, si bien, discrepando de nosotros en su terminología, no lo llama representar, sino sentir. Tal me parece resultar por lo menos de las palabras siguientes: “No hay término medio entre tener y no tener una sensación. Pero la forma más simple de la sensación no necesita ser más que un mero sentir la modificación del propio cuerpo o de una parte del mismo surgida a consecuencia de cualquier estímulo. Los seres provistos de tal sensación tendrían sólo un sentimiento de sus propios estados. A este sentimiento vital de los procesos interiores a la propia piel podría estar unida inmediatamente una diversa excitabilidad del alma a las modificaciones nocivas o provechosas para ella, aunque esta nueva excitabilidad no fuera simplemente derivable de aquel sentimiento; un alma semejante podría tener sentimientos de placer y displacer junto a la sensación… Un alma así dotada no poseería aún ninguna representación…”[4]. Vemos, pues, cómo lo único que merecería el nombre de sentimiento, según nosotros, aparece también, según J. B. Meyer, como cosa secundaria junto a una primera, que cae bajo el concepto de representación, tal como nosotros lo tomamos, y forma el supuesto indispensable de aquella secundaria. Parece, pues, que si la opinión de Meyer es traducida a nuestro lenguaje, la contradicción desaparece por sí misma.

Algo semejante acontece quizá con otros que se expresan en términos parecidos a los de Meyer. Con todo, puede suceder que, respecto de algunos sentimientos sensibles de placer y displacer, alguien opine, en verdad, que no tienen por base ninguna representación en nuestro sentido. Por lo menos, no puede negarse cierta propensión a ello. Tal sucede, por ejemplo, respecto de los sentimientos que surgen al cortarse o quemarse. Cuando uno se corta, no tiene las más veces ninguna percepción de contacto; cuando se quema, ninguna percepción del calor; sólo el dolor parece existir en uno y otro caso.

Sin embargo, también aquí el sentimiento tiene por base, sin duda, una representación. En tales casos, tenemos siempre la representación de una determinación local, que designamos habitualmente en relación con una u otra parte visible y tangible de nuestro cuerpo. Decimos que nos hace daño el pie o la mano, que nos duele éste o aquel sitio del cuerpo. Por tanto, aquellos sobre todo que consideran una representación local semejante como algo primariamente dado, por la excitación de los nervios mismos, no podrán negar una representación como fundamento de estos sentimientos. Pero tampoco los demás pueden sustraerse a admitir lo mismo. Pues en nosotros no existe meramente la representación de una determinación local; existe también la de una cualidad sensible especial, análoga al color, al sonido y a las otras llamadas cualidades sensibles; una cualidad que pertenece a los fenómenos físicos y que debe distinguirse bien del sentimiento concomitante. Cuando oímos un sonido gratamente dulce o uno estridente, un acorde armónico o una disonancia, a nadie se le ocurrirá identificar el sonido con el sentimiento de placer o dolor concomitante. Pues también allí donde una cortadura, una quemadura o un cosquilleo despierta en nosotros sentimientos de dolor o placer, debemos distinguir del mismo modo un fenómeno físico, que se ofrece como objeto de la percepción externa, y un fenómeno psíquico de sentimiento, que acompaña a la aparición de aquél; si bien el observador superficial propende en esto a la confusión.

El motivo capital que provoca el engaño es el siguiente. Es sabido que nuestras sensaciones son transmitidas por los llamados nervios sensitivos. Antes se creía que cada género de cualidades sensibles, como el color, el sonido, etc., se servía de nervios especiales como conductores exclusivos. Actualmente, la fisiología se inclina cada vez más al parecer opuesto[5]. Casi universalmente enseña que los nervios para las sensaciones de contacto, excitados de otro modo, producen en nosotros las sensaciones de calor y frío, y excitados de un tercer modo, las llamadas sensaciones de placer y dolor. Pero, en verdad, algo semejante pasa con todos los nervios, ya que un fenómeno sensible del último género mencionado, puede ser provocado en nosotros por cualquier nervio. Si son excitados muy fuertemente, todos los nervios producen fenómenos dolorosos que no se distinguen entre sí por su especie. Transmitiéndonos un nervio diversos géneros de sensaciones, sucede a menudo que transmite simultáneamente varias, como, por ejemplo, la mirada a una luz eléctrica tiene por consecuencia, a la vez, un fenómeno cromático “hermoso”, esto es, grato para nosotros, y un fenómeno de otro género, que nos es doloroso. Los nervios del tacto transmiten frecuentemente, a la vez, una llamada sensación de contacto, una sensación de calor o frío y una sensación de placer o de dolor. Ahora bien; resulta que cuando varios fenómenos sensoriales aparecen a la vez, son a veces considerados como uno. Esto se ha demostrado de un modo convincente, con respecto a las sensaciones del olfato y del gusto. Está probado que casi todas las diferencias que se suelen considerar como diferencias de gusto son, en verdad, sólo diferencias entre fenómenos olfatorios surgidos simultáneamente. Cosa parecida sucede cuando probamos un manjar caliente o frío; a menudo creemos apreciar diferencias de gusto, que en verdad son sólo diferencias en los fenómenos térmicos. No es de admirar, por tanto, que no distingamos siempre con exactitud lo que es un fenómeno de la sensación térmica y lo que es un fenómeno de la sensación de contacto. Acaso ni los distinguiéramos si no apareciesen habitualmente con mutua independencia. Considerando ahora las sensaciones de sentimiento, hallamos, por el contrario, que a sus fenómenos están las más veces unidas sensaciones de otra clase, las cuales desaparecen de su lado, a lo sumo, en el caso de una excitación muy fuerte. Así se explican muy bien los engaños sobre la aparición de un género especial de cualidades sensibles, y que se creyera tener una sensación sola, en vez de dos. Como la representación subsiguiente venía acompañada de un sentimiento relativamente muy fuerte, incomparablemente más fuerte que el consecutivo a la primera especie de cualidad, considerábase este fenómeno psíquico como el único que se había recibido. Y desapareciendo luego por completo la primera especie de cualidad, creíase no tener más que un sentimiento, sin representación básica de un fenómeno físico.

Un motivo más, que favorece el error, es que la cualidad que precede al sentimiento, y éste mismo, no llevan dos nombres distintos. Se llama también dolor, en este caso, al fenómeno físico que aparece con el sentimiento del dolor. No se dice que se tenga la sensación de éste o aquel fenómeno en el pie, con dolor, sino que se dice que se siente dolor en el pie. Esto es un equívoco, como lo encontramos frecuentemente, allí donde varias cosas están en estrecha relación mutua. Llamamos sano al cuerpo y por relación con él, al aire, al sustento, al color de la cara y a otras cosas semejantes; pero manifiestamente en otro sentido. En nuestro caso, según el sentimiento de placer o de dolor, que acompaña a la aparición de un fenómeno físico, llamamos a este fenómeno mismo placer y dolor; y también aquí el sentido está modificado. Es como si dijésemos que un acorde es un placer, porque experimentamos un sentimiento de placer al oírlo, o que la pérdida de un amigo es un gran pesar. La experiencia revela que el equívoco es uno de los principales obstáculos para descubrir diferencias. Sobre todo aquí había de ser un obstáculo porque se ofrecía de suyo un peligro de error y la misma trasposición del nombre era quizá la consecuencia de una confusión. De este modo, muchos psicólogos se engañaron, y otros errores siguieron a éste. Varios psicólogos llegaron a la conclusión falsa de que el sujeto que siente debía estar presente en aquel sitio del miembro lesionado en que un fenómeno doloroso se localiza en la percepción. Pues como identificaban el fenómeno con el sentimiento de dolor concomitante, lo consideraron como un fenómeno psíquico y no como un fenómeno físico. Y precisamente por esto creyeron que su percepción en el miembro era una percepción interna; esto es, evidente e infalible[6].

Pero el hecho de que los mismos fenómenos aparezcan a menudo del mismo modo tras la amputación del miembro contradecía su opinión. Por lo cual otros, a la inversa, argumentaron escépticamente contra la evidencia de la percepción interna. Todo se soluciona cuando se ha aprendido a distinguir entre el dolor, en el sentido en que este nombre designa la modificación aparente de una parte de nuestro cuerpo, y el sentimiento del dolor, que se enlaza con su sensación. Una vez hecho esto, ya no se podrá afirmar que el sentimiento del dolor sensible, que se experimenta en una lesión, no tiene por base ninguna representación.

Por todo lo cual podemos considerar como una definición indudablemente justa de los fenómenos psíquicos, la de que, o son representaciones, o descansan sobre representaciones que les sirven de fundamento (en el sentido explicado). Con esto habríamos dado una segunda definición de su concepto, divisible en menos miembros que la primera. Empero, no es enteramente unitaria; antes bien, nos presenta los fenómenos psíquicos divididos en dos grupos.



[1] Nota de Brentano: Psicol., como ciencia, parte II, sección 1°, cap. Primero, § 103. Cf. también Drobisch, Psicol. emp., p. 38 y 348, y otros de la escuela de Herbart.
[2] Nota de Brentano: Psicología de Kant, Berlín, 1870, p. 92.
[3] Nota de Brentano: Ibidem, p. 94.
[4] Nota de Brentano: Psicología de Kant, p. 92. J. B. Meyer parece comprender la sensación del modo como Ueberweg, en su Lógica, I, § 36 (2° edic., p. 64): “La percepción se distingue de la mera sensación porque en ésta la conciencia se adhiere sólo al estado subjetivo, pero en la percepción recae sobre un elemento que es percibido y que, por tanto… se contrapone al acto de percibir como algo distinto y objetivo”. Si esta opinión de Ueberweg sobre la sensación, a diferencia de la percepción, fuese justa, sin embargo, el tener una sensación implicaría un representar, en nuestro sentido. Se verá, posteriormente, por qué no la reputamos justa.
[5] Nota de Brentano: Cf. en especial Wundt, Psicol. fisiol., p. 345 y ss.
[6] Nota de Brentano: Así el jesuita Tongiorgi en su difundido Manual de filosofía.

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