FRAGMENTOS DEL: "Compendio del Psicoanálisis" de Sigmund Freud



Compendio del Psicoanálisis

1938 (1940)
 
Sigmund Freud
 
 
El propósito de este trabajo es reunir los principios del psicoanálisis y confirmarlos, como si de dogmas se tratara, en una forma la más concisa posible y expuestos en los términos más inequívocos. La intención no es, por supuesto, promover la credulidad o despertar convicción.

Las enseñanzas del psicoanálisis están basadas en un número incalculable de observaciones y experiencia y sólo aquél que ha repetido estas observaciones en sí mismo y en los demás está en una posición de alcanzar un juicio personal sobre ellas.

 
Primera parte: LA NATURALEZA DE LO PSÍQUICO
 
Capítulo 1: El aparato psíquico
 
El psicoanálisis establece la premisa básica cuya discusión concierne al pensamiento filosófico y cuya justificación se halla en sus propios resultados. Dos son las nociones que tenemos respecto a lo que hemos dado en llamar nuestro psiquismo (vida anímica): por un lado, el órgano somático que le sirve de escena: el cerebro (sistema nervioso); por el otro, nuestros actos de conciencia dados en forma inmediata y que ninguna descripción podría aproximarnos más. Ignoramos cuánto se halla entre ambos; no hay relación directa entre esos dos términos finales de nuestro conocimiento. Si la hubiera, a lo sumo nos ofrecería una localización exacta de los procesos de consciencia, sin contribuir a su comprensión.
 
Los dos supuestos mencionados arrancan de estos términos o principios de nuestro conocimiento. El primero concierne a la localización. Suponemos que la vida psíquica es función de un aparato al que atribuimos extensión espacial y composición de varias partes, o sea nos lo imaginamos a semejanza de un telescopio, un microscopio o algo parecido. No obstante ciertos intentos anteriores, la elaboración consecuente de semejante hipótesis es una novedad científica.
 
Hemos llegado a conocer este aparato psíquico estudiando la evolución individual del ser humano. A la más antigua de estas provincias o instancias psíquicas, lo llamamos ello; su contenido es todo lo heredado, lo congénitamente dado, lo constitucionalmente establecido; es decir, ante todo, los instintos surgidos de la organización somática, que hallan aquí una primera expresión psíquica cuyas formas ignoramos.[1]
 
Bajo el influjo del mundo exterior real que nos rodea, parte de ello ha experimentado una peculiar transformación. En efecto, constituyendo primitivamente una capa cortical dotada de órganos receptores de estímulos y de dispositivos para la protección contra los mismos, se ha establecido paulatinamente una organización especial que desde entonces oficia de mediadora entre el ello y el mundo exterior. A este sector de nuestra vida psíquica le damos el nombre de yo.[2]
 
***
 
Capítulo 4: Las cualidades psíquicas
 
Hemos descrito la estructura del aparato psíquico y las energías o fuerzas que en él actúan; hemos observado asimismo en un ejemplo ilustrativo cómo esas energías (especialmente la libido) se organizan integrando una función fisiológica que sirve a la conservación de la especie. Nada había en todo ello que expresase el particularísimo carácter de lo psíquico, salvo, naturalmente, el hecho empírico de que aquel aparato y aquellas energías constituyen el fundamento de las funciones que denominamos nuestra vida anímica. Nos ocuparemos ahora de cuanto es únicamente característico de ese psiquismo, de lo que, según opinión muy generalizada, hasta coincide realmente con lo psíquico, a exclusión de todo lo demás.
 
El punto de partida de dicho estudio está dado por el singular fenómeno de la consciencia, un hecho refractario a toda explicación y descripción. No obstante, cuando alguien se refiere a la consciencia, sabemos al punto por propia experiencia lo que con ello se quiere significar.
 
Muchas personas, psicólogas o no, se conforman con aceptar que la consciencia sería lo único psíquico, y en tal caso la psicología no tendría más objeto que discernir, en la fenomenología psíquica, percepciones, sentimientos, procesos cogitativos y actos volitivos. Se acepta generalmente, empero, que estos procesos conscientes no forman series cerradas y completas en sí mismas, de modo que sólo cabe la alternativa de admitir que existen procesos físicos y somáticos concomitantes de lo psíquico, siendo evidente que forman series más completas que las psíquicas, pues sólo algunas, pero no todas, tienen procesos paralelos conscientes. Nada más natural, pues, que poner el acento, en psicología, sobre esos procesos somáticos, reconocerlos como lo esencialmente psíquico, tratar de establecer otra categoría para los procesos conscientes. Mas a esto se resisten la mayoría de los filósofos y muchos que no lo son, declarando que la noción de algo psíquico que fuese inconsciente sería contradictoria en sí misma.
 
He aquí precisamente lo que el psicoanálisis se ve obligado a establecer y lo que constituye su segunda hipótesis fundamental. Postula que lo esencialmente psíquico son esos supuestos procesos concomitantes somáticos, y al hacerlo, comienza por hacer abstracción de la cualidad de la consciencia. Con todo, no se encuentra sólo en esta posición, pues muchos pensadores, como, por ejemplo, Theodor Lipps, han afirmado lo mismo con idénticas palabras. Por lo demás, la general insuficiencia de la concepción corriente de lo psíquico ha dado lugar a que hicieran cada vez más perentoria la incorporación de algún concepto de lo inconsciente en el pensamiento psicológico, aunque fue planteado en forma tan vaga e imprecisa que no pudo ejercer influencia alguna sobre la ciencia.
 
Ahora bien: parecería que esta disputa entre el psicoanálisis y la filosofía sólo se refiere a una insignificante cuestión de definiciones; es decir, a si el calificativo de “psíquico” habría de ser aplicado a una u otra serie. En realidad, sin embargo, esta decisión es fundamental, pues mientras la psicología de la conciencia jamás logró trascender esas series fenoménicas incompletas, evidentemente subordinadas a otros sectores, la nueva concepción de que lo psíquico sería en sí inconsciente permitió convertir la psicología en una ciencia natural como cualquier otra. Los procesos de que se ocupa son en sí tan incognoscibles como los de otras ciencias, como los de la química o la física; pero es posible establecer leyes a las cuales obedecen, es posible seguir en tramos largos y continuados sus interrelaciones e interdependencias, es decir, es posible alcanzar lo que se considera una “comprensión” del respectivo sector de los fenómenos naturales. Al hacerlo, no se puede menos que establecer nuevas hipótesis y crear nuevos conceptos, pero éstos no deben ser menospreciados como testimonio de nuestra ignorancia, sino valorados como conquistas de la ciencia dotadas del mismo valor aproximativo que las análogas construcciones intelectuales auxiliares de otras ciencias naturales, quedando librado a la experiencia renovada y decantada el modificarlas, corregirlas y precisarlas. Así no ha de extrañarnos el que los conceptos básicos de la nueva ciencia, sus principios (instinto, energía nerviosa, etc.) permanezcan durante cierto tiempo tan indeterminados como los de las ciencias más antiguas (fuerza, masa, gravitación).
 
Toda ciencia reposa en observaciones y experiencias alcanzadas por medio de nuestro aparato psíquico; pero como nuestra ciencia tiene por objeto precisamente a ese aparato, dicha analogía toca aquí su fin. En efecto, realizamos nuestras observaciones por medio del mismo aparato perceptivo, y precisamente con ayuda de las lagunas en lo psíquico, completando las omisiones con inferencias plausibles y traduciéndolas al material consciente. Así, establecemos, en cierto modo, una serie complementaria consciente para lo psíquico inconsciente. La relativa certeza de nuestra ciencia psicológica reposa sobre la solidez de esas deducciones, pero quien profundice esta labor comprobará que nuestra técnica resiste a toda crítica.[3]
 
 
***
 

Tercera parte: RESULTADOS TEÓRICOS
 
Capítulo 8: El aparato psíquico y el mundo exterior
 
[…]
 
Nuestra hipótesis de un aparato psíquico espacialmente extenso, adecuadamente integrado y desarrollado bajo el influjo de las necesidades vitales; un aparato que sólo en un determinado punto y bajo ciertas condiciones da origen a los fenómenos de consciencia, nos ha permitido establecer la psicología sobre una base semejante a la de cualquier otra ciencia natural, como, por ejemplo, la física. Esta como aquélla persiguen el fin de revelar, tras las propiedades (cualidades) del objeto investigado, que se dan directamente a nuestra percepción, algo que sea más independiente de la receptividad selectiva de nuestros órganos sensoriales y que se aproxime más al supuesto estado de cosas real. No esperamos captar este último, pues, según vemos, toda nueva revelación psicológica debe volver a traducirse al lenguaje de nuestras percepciones, del cual evidentemente no podemos liberarnos. He aquí la esencia y la limitación de la psicología. Es como si en la física declarásemos: contando con la suficiente agudeza visual, comprobaríamos que un cuerpo, sólido al parecer, consta de partículas de determinada forma, dimensión y posición relativa. Entre tanto, tratamos de llevar al máximo, mediante recursos artificiales, la capacidad de rendimiento de nuestros órganos sensoriales; pero cabe esperar que todos estos esfuerzos nada cambiarán en definitiva. La realidad siempre seguirá siendo “incognoscible”. La elaboración intelectual de nuestras percepciones sensoriales primarias nos permite reconocer en el mundo exterior relaciones y dependencias que pueden ser reproducidas o reflejadas fielmente en el mundo interior de nuestro pensamiento, poniéndonos su conocimiento en situación de “comprender” algo en el mundo exterior, de preverlo y, posiblemente, modificarlo. Así procedemos también en psicoanálisis. Hemos hallado recursos técnicos que permiten colmar las lagunas de nuestros fenómenos conscientes, y los utilizamos tal como los físicos emplean el experimento. Por ese camino elucidamos una serie de procesos que en sí mismos son “incognoscibles”; los insertamos en la serie de los que nos son conscientes, y si afirmamos, por ejemplo, la intervención de un determinado recuerdo inconsciente, sólo queremos decir que ha sucedido algo absolutamente inconceptuable para nosotros, pero algo que, si hubiese llegado a nuestra consciencia, sólo hubiese podido ser así, y no de otro modo.[4]


[1] Nota de Freud: Esta parte más arcaica del aparato psíquico seguirá siendo la más importante durante la vida entera. De ella partió, también, la labor investigadora del psicoanálisis.
[2] El subrayado es nuestro. Freud, Obras completas. Tomo III (1916-1938) [1945]. Traducción de Luis López-Ballesteros y de Torres. España: Biblioteca Nueva, 2007, pp. 3379 y ss.
[3] Op. cit., pp. 3387-88.
[4] Op. cit., pp. 3411-12.



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